El hombre próspero Un día como tantos, abrí los ojos, me asomé a la ventana y la primer persona que vi me dijo –Mira, soy mejor que tú, soy próspero. Dije yo incrédulo -¿Por qué lo eres? ¿Cómo lo eres?- Me miró con aire inhóspito. — Mira, renuncié a mi tiempo, vivo ocupado, tengo miles de tareas y las cumplo— De nuevo incrédulo le dije — ¿Y cómo es que así eres próspero?— — Tengo lo que tú no tienes, mira, tengo un auto, me envidian, mi ropa dice un nombre, mi casa, mi mujer, mi reloj, dicen que soy próspero — Le miré un momento de arriba abajo, vi sus ojos cansados — Tengo un sueño, tengo tiempo para soñarlo, y justo ahora voy a hacerlo— dije yo. Y el hombre próspero se alejó de mí.
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Inmortal No soy nadie, no soy nada. Soy una brisa, un ocaso. No existo en el mundo real de muchos; viajo, vengo, regreso, me voy, no tengo cuerpo, fui y soy, era y seré, soy pasajero, invitado, no poseo nada sólo unos momentos, soy pasado, soy futuro, soy viento. Tengo la maldición del poeta, del sueño. Atrapo ocasos. Sueño amaneceres que nunca ven el alba, duermo de día, vivo de noche. Soy un vampiro, no soy normal. Duelo y duelo mucho. Es verdad, no poseo nada, no tengo nada. Lo poco que he tenido lo he dado. Regalé mi patrimonio. Dejé, obsequié o vendí todo. Soy un pobre poeta que vive al día, que no sabe qué comerá mañana y sin derecho de arrastrar a nadie a mi destino. Pero eres testiga, protagonista, eres mi poesía. Inmortal te he hecho.
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Nos tememos A veces me das miedo, me doy miedo, nos temo. A veces me miras con los ojos limpios, como cuando se mira un río, otras me ves enérgica y me cuestionas. Me pones a temblar. A veces la tarde se nos cuela entre la ropa y nos hace volar muchos metros por encima de la gente que camina, habla o corre. Pero me tienes miedo, te temo, nos tememos. El miedo me recorre, me eriza, hace brotar estigmas en mis manos y sangro lentamente mientras me tocas. Es un miedo frío, dulce, santo. Pero de vez en cuando, sólo a veces, nos tememos poco, casi nada; y siento tu cuerpo tembloroso junto al mío y cesa el estertor, la gente, las voces, los autos, se quedan inmóviles y no temo, ni temes ni tememos y entocnes, sólo entonces, somos tú y yo como debió haber sido.
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Viniste Hoy te vi, no era temprano ni tarde, era el, momento exacto. Apareciste a un lado de mi enojo, detrás de mi último sueño. Estabas ahí, entre acantilados de piedra volcánica y sábanas de seda. Eras tú, indivisible, absoluta. Desafiante apareciste, hiciste surgir relámpagos debajo de mi cama y así, tan diáfana y deslumbrante te esfumaste dejando un halo imperceptible con olor a golondrina. En un momento le devolviste el sabor al vino, el tacto al mundo, el aroma a los recuerdos. Hiciste aparecer la lágrima escondida que guardaba en la chistera del recuerdo, apagaste el incendio que avanzaba implacable en mi osadía e hiciste nacer la flor del tronco muerto. Sueño diario, recuerdo eterno.
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Rola (microcuento). De pronto todas las emociones contenidas por años se desbordaron. Era ella y él, desde niños. Mirándose furtivamente, rozándose fingiendo que era accidentalmente. Eran las ganas de acercarse y juntar sus labios. Era el amor adolescente, el miedo, ella yéndose con otro, él llorando sin decirlo a nadie. Entonces terminó la canción y todo volvió a ser igual.