Qué triste


No quiero espacios ventilados, frescos,
puros y relucientes.
No necesito aromas fascinantes, ni sabores nuevos
ni rincones limpios.
Soy simple. Me conformo con una mano que apretar
cuando algo duele, cuando estoy frío,
cuando la muerte viene a recordarme que estoy vivo.
Prefiero por sobre todas las cosas una mirada tierna,
no una de aprobación ni una de admiración. No.
Prefiero una de esas miradas suaves, de cariño, de consuelo.
No me importa si llueve o si graniza
o  si hay tierra volando en torno nuestro.
No quiero saber si las hormigas se comerán
la última migaja que queda del almuerzo.
No soy inquisidor que cuestione donde se gastó
el último peso del último pago del último salario.
Prefiero en vez de eso, saber que no estoy solo, que te tengo.
Puedes dejar mi ropa, mis platos, mi cama y mis recuerdos.
Puedes tomarte el día, el mes el año entero.
Prefiero tenerte mía diez minutos, cinco, dos … no me importa.
No quiero nada, te quiero a ti solo a ti.
Que pena que no lo sabes, que estás ocupada, que la ropa está mojada,
que la tierra viene con el viento, que la casa se cae si no la levantas día con día.
Qué lástima que estoy solo, que no lo sabes, que todos los días
me quedo esperando tu mano en mi mano.
Qué mal que la casa te demanda, que sin ti nada funciona,
que te espera fiel la mugre y la basura, los platos, las camisas.
Que mal que estoy solo y triste
mientras la casa, tu amante fiel, te roba el alma.

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