Blanco y Negro

Hace poco tiempo, conocí a una muchacha llamada Tú
y la observe durante varios días, mientras caminaba
de un lado a otro, mientras trabajaba, mientras decía
las cosas que le pasaban por la cabeza y con su cuerpo
hice varios versos que escribí en hojas muy blancas
con letras muy negras.


Pero pensé que varios versos no eran suficiente obsequio
y decidí regalarle varias noches llenas de estrellas
sobre un fondo negro y profundo.
Busque durante varios días la luz adecuada para
envolver mi regalo, busqué en muchos atardeceres
y auroras el momento preciso del obsequio.


Y mientras llegaba el momento esperado
seguí con mis letras y mis hojas, largo rato, poco tiempo.


Ella por su parte leía en mis blancos papeles mis palabras negras
y se enteraba, como viendo las noticias, de los últimos sucesos en mi mente.
Observaba paciente, a veces atenta, a veces ausente.


En ese ir y venir de los momentos, la muchacha que conocí, de nombre Tú,
se fue acercando hasta tocarme y me quedé tan absorto en ese roce
que todas las noches que había ido reservando para darle,
fueron amaneciendo una por una hasta convertirse en varios días
que, al mirarlos, me hicieron despertar de mi letargo.


Las noches se hicieron más largas desde entonces y por más
que intento observar como amanecen, termino por dejarlas en tinieblas,
con sus brillantes estrellas sobre fondos negros y profundos.


La muchacha llamada Tú, sigue caminando de un lado a otro
y yo la sigo observando mientras lo hace, paciente, a veces ausente,
mientras mis letras negras siguen, con mucha calma, llenando mis
blancas hojas de papel, que probablemente sean lo único que quedará
de aquellos días cuando guardaba estrellas.


Sólo unos días llenos de letras negras sobre un fondo blanco y profundo.

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