Señora



Francamente nunca he sido muy bueno en eso de decir cosas solemnes
pero la memoria en ocasiones, para mi fortuna,
me trae de nuevo los aromas, los sonidos y las imágenes
de una casa vieja donde tuve tierra, plantas y animales;
en fin, todo aquello que todo niño necesita para ser niño.


De todas aquellas imágenes, muchas me han abandonado
sin poder hacerlas volver y las que me han seguido
lo han hecho tan persistentementeque soy quien soy gracias a ellas.

Son precisamente esas persistencias
las que en este momento me hacen recordar
que hace muchos años conocí a una mujer
tan alegre que su risa hacia eco en las paredes de la vieja casa,
donde, cuando niño, solía ponerme a fantasear con mundos nuevos;
tan grande que su sombra aún me cobija
a varios kilómetros de donde me encontré
por primera vez en su regazo;
tan inteligente que me dejó tropezar una y otra vez
sólo para asegurarse de que aprendería a caminar,
pero sobre todo, a levantarme.

Qué importante sería para todo niño
el llevarse a todas partes el recuerdo
de una casa llena de risas, con tierra, plantas y animales,
pero sobre todo, haber crecido al lado de una señora,
tan señora que decirle madre resultaría escaso
y quien, veinte años después de mi primer poesía
me sigue pareciendo así: inmensa y alegre.

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